"Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de
un espacio infinito"
Hamlet
Tenemos un teatro, el CentroEscénico Pupaclown, construido con todas las condiciones técnicas y
arquitectónicas para que cualquier discapacitado pueda venir al teatro y
disfrutar de un espectáculo, un taller, una película o cualquier otra actividad
que programemos. Pero un día vino un colegio con niños y niñas con discapacidad
mental. Entre ellos había un niño autista, al que llamaremos Flutter, que solo podía estar tranquilo si
tenía la cara pegada al suelo, a la moqueta.
Vaya, eso sí que es un reto, sobre todo para la maestra que lo acompañaba con tanto cariño (nunca hemos visto tanto amor derramado sobre un ser humano como el que distribuyen muchos educadores de niños y niñas con discapacidad). Cerramos el paréntesis para seguir con Flutter, el niño autista. Como os podéis imaginar un teatro está lleno de butacas, sillas y cosas así para ocupar todo el espacio y aprovecharlo bien, pero en nuestro teatro sabemos que no todo ha de ser así si queremos ofrecer algo lleno de dignidad. Ante la sorpresa de la maestra por el tinglado que se organizó, apartamos las sillas, quitamos las que estorbaban y dejamos un espacio libre en el centro del patio de butacas, un lugar elevado desde el que se ve el espectáculo hasta haciendo el pino, y el niño ocupó su lugar en este micromundo creado para él. Era fascinante verlo dar vueltas por el suelo pegando la mejilla a la tibia moqueta cuando el espectáculo ofrecía un interés especial, cuando el cuento contado se detenía en un “…y de pronto.”, él también lo hacía y así, a su manera, pudo seguir el espectáculo ofrecido como un niño al que la discapacidad es una circunstancia que le acompaña en la vida, no un problema más de los muchos que ya tenemos en la mochila.
Vaya, eso sí que es un reto, sobre todo para la maestra que lo acompañaba con tanto cariño (nunca hemos visto tanto amor derramado sobre un ser humano como el que distribuyen muchos educadores de niños y niñas con discapacidad). Cerramos el paréntesis para seguir con Flutter, el niño autista. Como os podéis imaginar un teatro está lleno de butacas, sillas y cosas así para ocupar todo el espacio y aprovecharlo bien, pero en nuestro teatro sabemos que no todo ha de ser así si queremos ofrecer algo lleno de dignidad. Ante la sorpresa de la maestra por el tinglado que se organizó, apartamos las sillas, quitamos las que estorbaban y dejamos un espacio libre en el centro del patio de butacas, un lugar elevado desde el que se ve el espectáculo hasta haciendo el pino, y el niño ocupó su lugar en este micromundo creado para él. Era fascinante verlo dar vueltas por el suelo pegando la mejilla a la tibia moqueta cuando el espectáculo ofrecía un interés especial, cuando el cuento contado se detenía en un “…y de pronto.”, él también lo hacía y así, a su manera, pudo seguir el espectáculo ofrecido como un niño al que la discapacidad es una circunstancia que le acompaña en la vida, no un problema más de los muchos que ya tenemos en la mochila.
Y son estas pequeñas cosas las
que nos dan sentido, las que hacen que cada vez esté más claro el gran acierto
al construir este proyecto que nos narra la vida de otra manera, con más
intensidad, con la lógica del que está pasando por momentos especiales, difíciles,
insoportables para muchos, pero que engrandece el alma de quien los atraviesa.
No hay más misterio en esta vida que aceptar lo que nos viene cuando llega, no
se trata de resignación sino de amplitud de miras, de vuelo de águila y no
cacareo de gallina. Y elegir en cada momento cómo queremos vivir lo que nos ha
tocado, eso es el libre albedrío.
Los niños y niñas con diferentes
capacidades se harán adultos y, en su proceso vital, nos enseñarán a todos que
basta con mirar la enorme diversidad que existe en la vida y sus miríadas de
formas diferentes como para darnos cuenta de la magnitud de la creación, de tanta
belleza proclamada.
Emocionante reflexión y no por ello incierta
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