Cuando un niño o una niña van por
primera vez al teatro, la experiencia puede estar teñida de muchos matices
según sea la preparación del recibimiento, la actitud de sus acompañantes
familiares o escolares, el contenido de la obra a ver o, simplemente, que sea
el momento propicio. Todo esto entra en el territorio de lo previsible, más o
menos, pero ¿qué pasa cuando el pequeño visitante tiene algún síndrome
diagnosticado del espectro autista, o Asperger, o el polémico TDH?
Nos ha ocurrido, no hace mucho,
que nos visita al Centro Escénico Pupaclown, un colegio con un niño con una de
estas características. El niño tiene pánico a entrar al teatro, le cuesta
conectar con su realidad diaria y en éste ambiente se siente agredido y no
quiere entrar. La maestra, con gran sentido de la pedagogía, de la de verdad,
de la que se adapta a las necesidades de cada niño o niña, y con una gran
intuición nos pregunta si el niño puede entrar en el camerino para ver cómo se
maquillan los actores, de ésta forma el encuentro con el hecho teatral será más
suave y seguro, razona.
Le abrimos la puerta del camerino
y de las primeras sonrisas para él, que asiste curioso a la transformación.
Ahora no tiene problema para sentarse junto a sus compañeros y asistir a la
representación, que sigue a su manera, con su mirada de niño desconectado que
quizás sueñe con mundos inimaginables para nosotros.
Al acabar la función la actriz
sale a buscarlo y le saluda con la finalidad de cerrar un proceso abierto para
que un niño perdido encuentre un camino hacia sí, aunque sea momentáneo. El
niño, de pronto, y ante la sorpresa de su maestra, se abraza a la actriz y le
dice:
-
“Más tarde
te ver”.
La maestra nos traduce el
significado: Nos volveremos a ver otro día.
Y todos se fueron con su
algarabía característica, niños y niñas con infinidad de diferencias y con las
ganas de vivir que hacen posible lo imposible. Y si les abrimos las puertas a
lo posible entonces puede suceder lo imposible.
Foto Satur Espín