jueves, 23 de abril de 2015

LA LEYENDA DEL CENTRO ESCÉNICO PUPACLOWN

Cuenta la leyenda que cuando se excavaron los cimientos para construir el Centro Escénico Pupaclown, la máquina perforadora golpeó una gran losa de piedra, a cuatro metros de profundidad. Tras duros esfuerzos, con diferentes máquinas, consiguieron desplazarla y un enorme y profundo túnel quedó al descubierto. El arquitecto, fascinado por el descubrimiento, decidió investigar y averiguar qué había al otro lado del túnel. Se adentró en él, solo y con un buen equipo de espeleólogo y anduvo varios kilómetros por un pasadizo oscuro, húmedo y silencioso... 
Cuando el cansancio ya empezaba a quebrarle el ánimo percibió un sonido extraño, un tictac profundo que le animó a seguir. Una tenue luz azulada apareció tímida en la oscura profundidad. El arquitecto aceleró el paso, ansioso por descubrir el misterio. La luz creció en intensidad y una abertura se dibujó en la oscuridad. Había llegado al final. Salió del túnel y se encontró con una escalera de caracol que ascendía muchos metros. Resopló. Descansó un rato e inició la escalada de la espiral ascendente. Tras mucho esfuerzo, algún descanso y muchos más resoplidos llegó a una estancia circular. Tenía la sensación de estar muy alto. Se acercó a dos ventanas ovaladas y se asomó. Lo que vio le dejó estupefacto. ¡Estaba en la cabeza del Cristo de Monteagudo! Se asomaba por sus ojos y veía la inmensa huerta, los pueblos, el río, las montañas y la vida que fluía a sus pies, ignorante de su presencia. Se preguntaba qué finalidad tendría el túnel. Pronto lo sabría. Estaba tan cansado que se quedó durmiendo sentado contra la pared bajo los ojos ventana. Un chisporroteo le despertó y pudo ver un remolino iridiscente que se formaba en el centro de la habitación con el rayo de sol que en ese momento entraba por los ojos del Cristo. Antes no había visto una pequeña piedra tallada, muy brillante, en el centro de la habitación. El rayo de sol la hacía refulgir y crear ese efecto. Pero lo más curioso es que el remolino se deshacía y rehacía dejando una estela que se perdía por la escalera. Cuando el sol se ocultó todo acabó. El arquitecto decidió volver y bajó las escaleras fascinado aún por lo que había presenciado. Sin saber porqué se sentía feliz, pleno. Para su sorpresa el túnel estaba iluminado por el resplandor iridiscente del remolino, en todo el recorrido hasta la entrada del túnel. Comprendió que al remover la losa habían devuelto el flujo energético, que manaba del cristal tallado en la cabeza del Cristo, hasta el lugar donde construían el Centro Escénico Pupaclown, quizás antiguo espacio donde se realizaran rituales sagrados, a saber. Decidió cambiar los planes de la construcción para dejar abierto el túnel y nutrir así el nuevo edificio de esa energía tan especial. Desde entonces, se cuenta que hay un punto en el centro del escenario donde la energía es mayor y se percibe de forma inusual el resonar del tictac del Cristo de Monteagudo, corazón delator, puerta o pasarela a otros mundos, lugar de confluencia cósmica, o simplemente, fantasía desbordada del inquieto arquitecto . En cualquier caso es digno de visitar. Sales transformado, un poco más.



jueves, 16 de abril de 2015

¿DÓNDE ESTÁ EL PADRE DE LOS SIETE CABRITILLOS?


¿Y el de Caperucita? ¿Y el de los tres cerditos? Son muchas incógnitas a resolver, pero no os preocupéis porque vamos a aplicar la lógica infalible de la psicología profunda para dar luz a la oscuridad. Hemos escrito en anteriores post sobre el papel simbólico de las figuras parentales en los cuentos, pero lo cierto es que en estos cuentos tan básicos como primarios y absolutamente exitosos entre niños y niñas de la primera edad, el padre no aparece, aunque ha dejado su huella, claro está (¡siete cabritillos!). No vamos a especular sobre si está de inmigrante, cazando, merodeando por ahí o, Dios sabe dónde, lo cierto es que no está. Pero es que en estos cuentos no hace falta. ¿Es necesario el padre para el niño o la niña en la primera infancia? Me temo que no. Solo es necesaria la madre y punto, lo que no quiere decir que su presencia no sea importante, es otra cosa. Luego vendrá otro momento evolutivo en el que sí sea vital su presencia y que los cuentos se encargarán de recoger bien.
En los siete cabritillos se muestra el primer contacto con el tiempo biológico real (el reloj) y la primera separación de la madre y los peligros que trae consigo. Y además, sin quererlo ellos, viene impuesto.
En Caperucita, la pequeña se atreve a lanzarse al mundo, es valiente, está creciendo y se adentra sola en ese bosque, inconsciente colectivo repleto de florecillas…y lobos.
Y en los tres cerditos ya pretenden organizarse con autonomía propia, sin madre, sin padre, nada, como si fueran una experiencia “in vitro”, entrando en el mundo con su organización social, pero, ojo, que hay que saber estar con uno mismo, haber integrado todas las etapas del crecimiento o… el lobo, siempre el lobo.

Así que ya vemos, el padre no hace falta para nada. Bueno, suponemos que está procurando el sustento, o no, cualquiera sabe. No juzguemos. Llegará su momento de ejercer.


martes, 7 de abril de 2015

¡QUE ME COME EL LOBO!


Ésta frase tan oída tiene mucho que contarnos. Veamos. ¿Qué significa el lobo en el imaginario infantil? Cuando un niño o una niña tiene miedo de algo, y son muchos los miedos que les asaltan, tiende a pensar que va a ser tragado por algo infernal, maligno, grande y oscuro, que va a desaparecer de la faz de la tierra de un solo bocado. Y ésta imagen se la han prestado los cuentos. Sí, los cuentos de lobos, brujas, ogros y otras lindezas. ¿Y es eso malo? Pues no, claro que no, más bien al contrario, los cuentos le han preparado para que pueda dar forma, poner imagen a algo tan horrible como lo que le está pasando. Un niño o una niña que sufre necesita poner cara al sufrimiento, pero a veces es muy dura de aceptar esa cara, así que lo mejor es “desviarlo” hacia un tipo de personaje que encarna todo eso que no quiere sufrir, pero del que no puede escapar. Y cuando no se atreve a entrar solo en territorios prohibidos por oscuros, desconocidos y por lo tanto temerosos (eso de crecer es muy duro), entonces aparece en su mente la figura del lobo. ¡Que me come el lobo!… si entro ahí, si doy un paso para ser mayor, si tengo que responsabilizarme de algo que no me gusta porque me inquieta, si me quedo solo porque mis padres se han ido y no sé si volverán… Son muchas las razones para creer que el lobo te va a comer y un niño o una niña las puede enumerar una por una, sin pestañear. Pero no hay que preocuparse porque el lobo nunca se come a nadie, aunque es bueno que ande merodeando por ahí.

Cuando sí que se come a los niños y a las niñas es cuando los padres se pelean, se odian, no saben quererse o aceptar una relación segura para el niño o la niña, entonces las fauces del lobo son grandes, muy grandes y ellos no tienen quien les proteja, pues quien debe hacerlo anda peleándose. Se sienten culpables y hasta puede que interioricen al lobo de tal forma que cuando sean adultos repitan el modelo que han visto. Solo el amor, en sus infinitas formas, sabe contar el cuento de la verdad, el que todos necesitamos para vivir y crecer. ¿Sabes cuál es?