“No hay nada más amado que lo que
perdí”, cantaba Serrat y quizás tenga razón. Todos afrontamos pérdidas, todos
los días y a todas horas. Perdemos células (las cambiamos por otras nuevas),
pelo, uñas, juventud, posesiones, amigos, seres queridos… Pero hay pérdidas que
nos duelen y otras que no. Y todas son
lógicas, necesarias, es la dinámica de la vida.
El problema viene cuando tenemos
que afrontar pérdidas que no queremos aceptar, cuando el dedo del destino
señala en el lugar más inesperado o a la persona más querida. Entonces caemos
en el abismo y no hay comprensión ni creencia que nos consuele, no aceptamos lo
que nos llueve con rabia. A nosotros, no. A mí no me puede pasar algo así. He
sido bueno, buena ¿por qué entonces éste golpe tan mezquino? ¿Dónde está Dios?
¿De qué va todo esto? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué sigo vivo? ¿Por qué sigo viva?
Estas mismas preguntas nos las hacemos
cuando presenciamos atónitos el gran desastre
que el humano provoca con guerras inadmisibles en las que siempre sufren
los más débiles y desfavorecidos. O cuando no somos capaces de ayudar a los que
mueren de hambre por las eternas sequías, y no será por falta de recursos en
todo el planeta.
Es entonces cuando, si nos
recluimos en nuestro interior, y conseguimos un poco de calma en los aullidos
de nuestros lobos personales, podremos percibir con algo de nitidez que la vida
es lo que es, que tiene una lógica interna difícil de comprender, unas leyes
inexorables exentas de moralidad o compromiso, que el hálito que todo lo
interpenetra está más allá de nuestra estrecha visión y de nuestros apegos
esenciales. Entonces sólo nos queda respirar el momento y hacer nuestra
aportación al universo, construir nuestro bosque, metáfora de la creación,
ordenar nuestro alrededor con una sola intención: hacer que la vida fluya sin
pretender que haga los meandros que a nosotros nos interesa. Aceptar el curso
de éste río vivificador y navegar con él hasta el océano, último refugio tras
el último suspiro. Y sonreír en silencio ante tanta magnificencia.
Cloud Atlas
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