miércoles, 26 de noviembre de 2014

LA SONRISA

Ya casi estoy preparada. Esta mañana me va a tocar moverme mucho, lo sé. Me presentaré, por si acaso nadie se ha dado cuenta de quien soy. Soy la Sonrisa. Me gusta ponerme con mayúsculas porque la ese del principio de mi nombre ya dice mucho de mí, sinuosa, sibilante, delicada, dulce, resultona. No soy una carcajada, claro, esa es una prima cercana que se agolpa encima de mí en cuanto me descuido.
La verdad es que no tengo autonomía pues dependo de las emociones de la persona que me aloja, pero ya me he acostumbrado. Si está feliz, trabajo mucho, si no, pues a dormir en algún rincón de su corazón. Con ese me llevo muy bien, me refiero al corazón, estamos a partir un piñón, creo que está enamorado de mí, pero yo disimulo no se vaya a hacer composiciones, que no estoy para iniciar relaciones con alguien tan voluble. Si se emociona por algo, yo lo muestro al exterior con una de mis mejores interpretaciones, y eso le gusta mucho, me lo dice después. Pero con quien me llevo muy bien es con el cerebro, aunque es una relación más profesional, es muy serio y no se emociona por nada, solo da órdenes que nadie se niega a cumplir y si alguien lo hace se ve metido en problemas. Un día el intestino no quiso acatar la orden de evacuar, decía que hacía frío. Madre mía la que se lió en todo el cuerpo. Pero eso es otra historia. Os decía que cuando el cerebro da una orden, ¡zás!, vuelo para satisfacerlo. La verdad es que me encanta. Tardo 0’01 segundos en flexionar los 17 músculos cerca de los extremos de la boca y, a veces hasta le muevo alguno alrededor de los ojos. Sé que le gusta mi rapidez, aunque no lo manifieste.


Normalmente me muevo por esa cosa que llaman felicidad y que se produce cuando pasa algo bonito, un amor romántico (¡el de Romeo y Julieta, no! que solo duró tres días y dejó seis muertos), una caricia a tiempo, un logro… ¡hay tantas cosas que producen felicidad!

A veces tengo que actuar para casos que no son precisamente felicidad sino puros nervios, compromiso, pero en esos casos no me esfuerzo demasiado y el corazón ni aparece.

“Hay sonrisas que no son de felicidad, sino de un modo de llorar con bondad”. Eso lo dice Gabriela Mistral, poeta chilena. Yo estoy de acuerdo.

Tengo una amiga a la que llaman “sonrisa sardónica” y que solo actúa cuando aparece el tétanos, se arruga y enseña los dientes como si sonriera, uf, a mí me da miedo cuando me lo imagino, seguro que los dientes tienen hasta sarro. Un día me dijo que también lo hacía cuando te envenenan con estricnina. ¡Puagg! Mejor cambio de conversación que esto da poca risa.

Lo que más me gusta es cuando voy al hospital y me encuentro con algún niño o una niña, es que me pongo como una moto. Me estiro hasta casi romperme (no me rompo, es una forma de hablar), hago eses, cabriolas, estiro hasta los músculos de las orejas, que nunca se quejan e, incluso, a veces llamo a la lengua que sale corriendo, hace burlas y se esconde. ¡Está más chalada! Yo me lo paso de miedo y el corazón también. Repiquetea todo el día en el pecho como si fuera un bailarín de tecno, ¡chin pun, chin pun!

Al final del día toca relajarse, el corazón se pone un poco tontorrón con el chin pun chin pum, los músculos del cuerpo empiezan a pasar de todo y yo me relajo lo que puedo, me arqueo un poquito hasta que empiezan a aparecer las visiones de los sueños y a esperar, por si el cerebro me necesita. Siempre tengo que ayudar al bostezo, le gusta mucho que lo haga.

La verdad, ahora que lo pienso, hacemos todos un buen equipo aquí en el cuerpo. Hasta cuando toca llorar. Eso me gusta menos porque tengo que sacar mi “otra parte”, curvarme en sentido contrario y además el corazón se pone fatal. ¡Y en cuanto me descuido me ponen perdida de mocos! Pero bueno eso es otra historia que alguien contará en otro momento. Y no seré yo. Ay (esto era un suspiro). Sonrío y hago mutis por el foro, como en el teatro antiguo.

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