En los cuentos aparecen los
números con un rigor mágico que nos hace vibrar inconscientemente. El 3, el 4,
el 7…
Son siete los cabritillos, siete
los enanitos del bosque, siete las montañas mágicas, siete puertas para acceder
al misterio, siete días tiene la semana, siete los colores del arco iris, las
notas musicales, los chacras… El siete aparece y vuelve a aparecer para
dibujarnos un mapa de los arquetipos, de nuestra psique, del proceso de
construcción de nuestro yo, para marcar el guión existencial de nuestra vida.
Los cuentos, esos monumentos de la humanidad, nos guían a través del bosque de
la creación de nuestra vida y nos dan pautas para vivir y adaptarnos al medio
que nos acoge. Todo confabula para que sepamos crecer con dignidad, claridad y
belleza interior.
El cuento de los siete
cabritillos, en el que ahora estamos enfrascados para el próximo montaje, es el
primer paso que ha de dar el infante, el héroe en la terminología de Jung.
Acaba de nacer y ya se tiene que enfrentar al tiempo (el reloj donde se
esconde, bella imagen), ya tiene que entender que esto va de otra cosa
diferente a cuando estaba dentro de su mamá, que hay que enfrentar la vida
desde la separación, ya no hay unidad, todo es dualidad y el lobo te puede
comer si tu mamá no está, porque es astuto y su presencia enseña que hay que
espabilar para no acabar en su panza. La evolución se ha puesto en marcha, no hay
vuelta atrás. El tictac nos predice que habrá un final.
Y en esas estamos, corriendo,
dando topetazos, haciendo el cabrito para que los niños y niñas que vengan a
vernos disfruten de tan sencillo cuento con tan profunda simbología. Y juntos
vamos creciendo.
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